I. Hoy, escribo, debería ser hoy. Y, sin embargo, no siento que hoy sea hoy. Diría más bien que es ayer. Y, quizá, ayer sea algo así como mañana. Entonces, escribo, hoy debe ser mañana.
I. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido.
I. Los cantos de los pájaros, que emigran ya, en la tenue oscuridad del día declinante, hacia su refugio, pasan con velocidad por encima mío. El humo del cigarrillo se espirala, desvaneciéndose a medida que pareciera pasar el tiempo. El silencio, que ahora intenta inundarlo todo, es mutilado por la risa de algún niño, o por los ladridos de los perros, o por la queja de alguna madre, o por las hojas de los arboles movidas por el viento, para luego recomponerse y volver a ser silencio.
I. El calor aplastante que trae el viento cálido golpea mi cuerpo tirado en la galería. Las vigas de madera, cayendo en diagonal hasta el borde, que sostienen el techo, están cubiertas de telarañas y polvo. La que cruza mi mirada, como el resto de las que no veo, hace un ángulo de 90° con la gran viga que sostiene, horizontalmente, parte del techo. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir, forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente.
I. Cruzo el inmenso parque, rodeando la pileta, enorme espejo azulado, con una taza de café en la mano derecha y un paquete de bizcochitos en la izquierda. Debajo de la línea de árboles, me esperan un sillón y una mesa de vidrio esmerilado. Dejo las cosas encima de ella y me siento. No se escucha nada. Tan solo un silencio matutino. En la lejanía imaginaria, escucho a algún pájaro, de esos que cantan en la madrugada, sea de día, sea de noche. Al llevarme el café a la boca, siento, más notorio aun por el verano, su calor. Soplo antes de tomar. Dejo nuevamente la taza sobre la mesa. El café, que ahora se redujo a la mitad, se mueve en vaivén, hasta quedar, otra vez, quieto.
I. Al principio: imágenes sin contornos, sin forma. Luego, a medida que me doy cuenta que estoy despertando, se van delimitando en rojo el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM. Doy vuelta en mi cama. Quedo mirando el techo. El pequeño rombo ornamental, en el centro -aunque pareciera no tenerlo- del techo, contiene, en su centro, un cono y, de su centro, se desprende un cable que conecta con un domo que protege un foco. El sol de la mañana, o quizá de la tarde, acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana.
I. El living está en la penumbra. Los objetos, incluso a esta hora y, quizá, por el sol aun impreso en mi retina, son difícilmente visibles. La mesa ratona, el sillón de cuero, frente a ellos el televisor, y, a su lado, una pequeña biblioteca llena de vinilos, coronada con un estéreo y escoltada por dos amplificadores. Sobre la mesa de comedor a mi izquierda, con sus cuatro sillas rodeándolas, solos, sin mayor compañía que la del mantel debajo y el libro, está el rollo de cocina y la sal. Doblo a la derecha, luego a la izquierda y camino el corto pasillo hasta mi pieza. Aunque carece de sentido, cierro la puerta detrás mío.
I. Time present and time past, leo sobre las páginas blancas. Presente y pasado, traduzco. Are both perhaps present in time future, leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, traduzco, escuchando a la pileta llenarse. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido en el pasado, traduzco. If all time is eternally present, leo. Si el tiempo entero, todo el tiempo, me corrijo, está eternamente presente. All time is unredeemable, leo, mientras un tero sobrevuela la quinta. Todo el tiempo es irredimible, traduzco.
I. La carne recalentada, ya reseca, no pareciera tener ningún sabor. Ni cuando la mastico, ni cuando la trago. En la televisión, única luz significante del living, hay una repetición de una película que, creo, ya he visto. Algo, quizá el actor, quizá la escena, resuena en mi mente pero, a medida que lo intento, desisto de recordar. El hombre, blanco y rubio, ve fotografías y papeles, desperdigados sobre una mesa, en una habitación de un típico motel americano. En la pared, arriba de la cabecera de la cama, hay diferentes papeles, anotaciones, fotos; todos unidos con tanzas de diferentes colores. El hombre cree escuchar algo afuera, como si alguien lo estuviera siguiendo. Asoma un poco la cara por la ventana, que se ilumina instantáneamente por el sol, pero no ve nada, ni a nadie. Se retira y se queda contemplando el gran laberinto que ha hecho en la pared.
I. La noche se hace aún más notoria en mi habitación. Aun sin recostarme, apoyado sobre la pared, prendo, en la oscuridad, el cigarrillo que cuelga de mis labios. Al principio el fuego está más a la izquierda. Rápidamente logro ponerlo debajo de su punta y prenderlo. Entre mis piernas tengo el cenicero de cristal. Cada tanto, cuando ya se ha consumido bastante el cigarrillo, tiro la ceniza que cae, creo, dentro de él. Cuando lo termino, me recuesto sobre mi lado derecho. Leo, nuevamente, en el reloj, en rojo, el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM. Busco, con mi mano izquierda el cable. Una vez que lo encuentro lo sigo hasta el enchufe. La desconecto con fuerza.
I. El silencio, que ahora pareciera inundarlo todo, es mutilado por la risa de algún niño, o por los ladridos de los perros, o por la queja de alguna madre, o por las hojas de los arboles movidas por el viento, para luego recomponerse y volver a ser silencio. La pileta, enorme espejo azulado, comienza desparramar agua por sus bordes. Voy hacia la bomba, escondida entre las plantas, del otro lado de la pileta. Levanto sin dificultad su puerta de chapa y, sosteniéndola abierta con la mano izquierda, apago el pequeño motor. Cierro, con cuidado de apretarme los dedos. Frente mío, detrás de la ligustrina, detrás del alambrado, escucho a los hijos de los vecinos. Nunca me dejás jugar con vos, le dice la nena al nene. Nunca me dejás jugar con vos, le dice el nene a la nena. No me repitas, le dice la nena al nene. No me repitas, le dice el nene a la nena. Basta, no es gracioso, le dice la nena al nene. Basta, no es gracioso, le dice el nene a la nena. Ella rompe en llanto, quizá exagerado para lograr lo que quería: que la madre salga y rete a su hermano.
I. El agua me ciñe el cuerpo a medida que voy sumergiéndome. Cuando ya me llega hasta el cuello, hundo la cabeza, sin dudarlo. Debajo, en un azul que sé borroso, nado. Encuentro, al hacerlo, algunas hojas, algunas basuritas, que han ido cayendo, imperceptiblemente, a la pileta en lo que va del día. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Descanso sobre los escalones, con mi torso aun metido en el agua.
I. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir, forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente. Sobre la parte desnuda de mi pecho reposa, a medio abrir, la caja de cigarrillos y, sobre la camiseta, el encendedor azul. Ambos caen hacia la derecha cuando me incorporo. Saco un cigarrillo de la caja. Haciendo clic, abro el encendedor cuadrado y luego prendo. Dos intentos bastan para que salga la llama y prenda el cigarrillo. El humo, a la luz del sol, se vuelve una espiral grisácea y espesa que se eleva, girando sobre su eje, hasta desaparecer. Vuelvo a recostarme sobre mi espalda, dejando, nuevamente, las cosas sobre mi pecho. La araña sigue aún ahí, en el centro de su tela, comiendo, lentamente, a la mosca.
I. Doy vuelta en mi cama. Quedo mirando el techo. El pequeño rombo ornamental, en el centro -aunque pareciera no tenerlo- del techo, contiene, en su centro, un cono y, de su centro, se desprende un cable que conecta con un domo que protege un foco. El sol de la mañana, o quizá de la tarde, acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana. Sin siquiera prender una luz, me levanto y tomo, casi automáticamente, la camisa. Introduzco, sosteniéndola con la mano izquierda, el brazo derecho por la corta manga. Con la mano izquierda ya libre, busco, con dificultad, la otra manga detrás de mi espalda y me la pongo. Dejo los botones sin abrochar. Luego, la bermuda: introduzco, sosteniéndola con ambas manos, mi pierna derecha en el primer pantalón, luego mi pierna izquierda. La subo y abrocho el botón y el cierre.
I. De la heladera abierta se desprende un halo frío. Saco, con la mano izquierda, el plato con un pedazo de carne que sobró. Ella en el medio, rodeada por la grasa que ha escurrido, parece una isla, o una piedra oscura. Cierro la puerta de la heladera. El calor vuelve, húmedo y pesado. Meto el plato en el microondas ya abierto. Cierro su puerta. Aprieto el 4, el 0 y luego el botón que dice “Comenzar”. La carne empieza a girar lentamente sobre sí misma.
I. Cierro el libro y lo dejo sobre el vidrio esmerilado. La portada blanca, con lo que parece ser un ave fénix blanca en el medio, reluce aún más con el sol que reverbera en el agua de la pileta, espejo azulado. Con la lapicera ya en mano, acerco el cuaderno. Vuelvo a tomar el libro. Time present and time past, leo sobre las páginas blancas. Presente y pasado, escribo. Are both perhaps present in time future, leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, escribo. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido en el pasado, escribo. If all time is eternally present, leo. Si todo el tiempo, escribo, está eternamente presente. All time is unredeemable, leo. Todo el tiempo es irredimible, escribo.
I. El living está en la penumbra. Los objetos, incluso a esta hora y, quizá, por el sol aun impreso en mi retina, son difícilmente visibles. La mesa ratona, el sillón de cuero, frente a ellos el televisor, y, a su lado, una pequeña biblioteca llena de vinilos, coronada con un estéreo y escoltada por dos amplificadores. Sobre la mesa de comedor a mi izquierda, con sus cuatro sillas rodeándolas, solos, sin mayor compañía que la del mantel debajo y el libro, está el rollo de cocina y la sal. Doblo a la derecha, luego a la izquierda y camino el corto pasillo hasta mi pieza. Aunque carece de sentido, cierro la puerta detrás de mí. A oscuras, camino hasta el escritorio y prendo el velador. La luz, aunque fuerte, tarda en borrar de mis ojos el sol. Me siento en la silla. Saco del lapicero una birome. Al apretar el botón surge una punta, empapada en tinta azul. Acerco el cuaderno. La página está totalmente blanca. Hoy, escribo, debería ser hoy. Y, sin embargo, no siento que hoy sea hoy. Diría más bien que es ayer. Y, quizá, ayer sea algo así como mañana. Entonces, escribo, hoy debe ser mañana.
I. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido. Levanto la red a un lado de la pileta, no sin antes limpiarla. La agito una, dos veces, sobre el pasto hasta que las hojas adheridas caen. Comienzo a pasarla, lentamente, sosteniendo con ambas manos el palo, por el borde de la pileta. Mi imagen, que antes era nítida, pasa, a medida que las hojas caen atrapadas, a ondularse, en movimientos suaves, para recobrar cierta nitidez cuando finalmente la red se aleja.
I. Introduzco, sosteniéndola con la mano izquierda, el brazo derecho por la corta manga. Con la mano izquierda ya libre, busco, con dificultad, la otra manga detrás de mi espalda y me la pongo. Dejo los botones sin abrochar. Luego, la bermuda: introduzco, sosteniéndola con ambas manos, mi pierna derecha en el primer pantalón, luego mi pierna izquierda. La subo y abrocho el botón y el cierre. Busco, sobre la mesita de luz, mi reloj de muñeca. Aun sin prender una lámpara, con la luz débil de la mañana, o quizá de la tarde, que acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana, compruebo la hora: la manecilla larga apuntando entre el 3 y el 4; la manecilla corta apuntando al 9. Observo el reloj digital de la mesita de luz en rojo el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM.
I. La noche pareciera traer más silencio y calma que el día. Words move, music moves, leo sobre las páginas blancas. Se mueven las palabras, se mueve la música, traduzco. Only in time; but that which is only living, leo. Solo en el tiempo; mas aquello que solo vive, traduzco, espantando, con mi mano derecha a la moscas, que se arremolinan bajo el foco de luz que cuelga encima mío. Can only die. Words, after speech, reach, leo. No puede sino morir. Las palabras, tras el discurso, alcanzan, traduzco. Into the silence, leo. Words, after speech, reach into silence, releo. Las palabras, tras ser dichas, aspiran al silencio, traduzco.
I. El hombre, blanco y rubio, va en auto hacia un dirección
desconocida. Aun con la mano izquierda en el volante, saca, con la otra, unas
fotos del bolsillo interior de su saco. Alternando entre ellas y el camino, las
observa. Las fotos, pequeños momentos suspendidos, son de diferentes cosas:
personas, autos, lugares. Todas llevan anotado algo, una referencia. Una de
ellas es un motel americano. La escena corta. Ahora, veo el auto
estacionándose. El hombre, blanco y rubio, sale de su lado izquierdo. La escena
corta. Ahora, el hombre, blanco y rubio, pide la llave de su habitación. La
escena corta. Ahora, el hombre, blanco y rubio, ve fotografías y papeles,
desperdigados sobre una mesa, en una habitación de un típico motel americano.
En la pared, arriba de la cabecera de la cama, hay diferentes papeles,
anotaciones, fotos; todos unidos con tanzas de diferentes colores. El hombre
cree escuchar algo afuera, como si alguien lo estuviera siguiendo. Asoma un
poco la cara por la ventana, que se ilumina instantáneamente por el sol, pero
no ve nada, ni a nadie. Se retira y se queda contemplando el gran laberinto que
ha hecho en la pared. Noto, después de esta escena, que la trama parecería, por
decirlo de alguna manera, avanzar; pero las escenas se retrotraen, avanzan para
llegar a la anterior. La única manera, al parecer, que tiene la trama de
avanzar es yendo hacia atrás en el tiempo.
I. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún
bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir,
forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con
lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente. Sobre la
parte desnuda de mi pecho reposa, a medio abrir, la caja de cigarrillos y,
sobre la camiseta, el encendedor azul. Ambos caen hacia la derecha cuando me
incorporo. Saco un cigarrillo de la caja. Haciendo clic, abro el encendedor
cuadrado y luego prendo. Dos intentos bastan para que salga la llama y prenda
el cigarrillo. El humo, a la luz del sol, se vuelve una espiral grisácea y
espesa que se eleva, girando sobre su eje, hasta desaparecer. Vuelvo a
recostarme sobre mi espalda, dejando, nuevamente, las cosas sobre mi pecho. La
araña sigue aún ahí, en el centro de su tela, comiendo, lentamente, a la mosca.
I. A pesar del calor espeso, siento, al salir de la pileta, un frío momentáneo. El agua comienza a escurrirse de mi cuerpo a medida que camino hacia el sillón. Sobre la mesa de vidrio esmerilado, la portada blanca del libro, con lo que parece ser un ave fénix blanca en el medio, reluce aún más con el sol que reverbera en el agua de la pileta, espejo azulado. A su lado está el cuaderno, forrado con un relieve similar a telas de araña, y un lápiz, ya desgastado, donde he descargado mis nervios más de una vez. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido.
I. Cruzo el inmenso parque, rodeando la pileta, enorme espejo azulado, con una taza de café en la mano derecha y un paquete de bizcochitos en la izquierda. Debajo de la línea de árboles, me esperan un sillón y una mesa de vidrio esmerilado. Dejo las cosas sobre ella y me siento. No se escucha nada. Tan solo un silencio matutino. En la lejanía imaginaria, escuchó a algún pájaro, de esos que cantan en la madrugada, sea de día, sea de noche. Al llevarme el café a la boca, siento, más notorio aun por el verano, su calor. Soplo antes de tomar. Dejo nuevamente la taza sobre la mesa. El café, que ahora se redujo a la mitad, se mueve en vaivén, hasta quedar, otra vez, quieto.
I. Time present and time past, leo sobre las páginas
blancas. Presente y pasado, traduzco. Are both perhaps present in time future,
leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, traduzco, escuchando a la
pileta llenarse. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido
en el pasado, traduzco. If all time is eternally present, leo. Si el tiempo
entero, todo el tiempo, me corrijo, está eternamente presente. All time is
unredeemable, leo, mientras un tero sobrevuela la quinta. Todo el tiempo es
irredimible, traduzco.
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