Los sueños son
asquerosos, y nadie debería tener que soportarlos. Nadie merece soñar,
acostarse todas la noches de su vida sabiendo que va a ser juguete de aquello
mismo que emplea cada día en reprimir.
El mal menor,
C.E. Feiling
Los sueños son
asquerosos, y nadie debería tener que soportarlos. Nadie merece soñar,
acostarse todas la noches de su vida sabiendo que va a ser juguete de aquello
mismo que emplea cada día en reprimir.
El mal menor,
C.E. Feiling
I. Hoy, escribo, debería ser hoy. Y, sin embargo, no siento que hoy sea hoy. Diría más bien que es ayer. Y, quizá, ayer sea algo así como mañana. Entonces, escribo, hoy debe ser mañana.
I. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido.
I. Los cantos de los pájaros, que emigran ya, en la tenue oscuridad del día declinante, hacia su refugio, pasan con velocidad por encima mío. El humo del cigarrillo se espirala, desvaneciéndose a medida que pareciera pasar el tiempo. El silencio, que ahora intenta inundarlo todo, es mutilado por la risa de algún niño, o por los ladridos de los perros, o por la queja de alguna madre, o por las hojas de los arboles movidas por el viento, para luego recomponerse y volver a ser silencio.
I. El calor aplastante que trae el viento cálido golpea mi cuerpo tirado en la galería. Las vigas de madera, cayendo en diagonal hasta el borde, que sostienen el techo, están cubiertas de telarañas y polvo. La que cruza mi mirada, como el resto de las que no veo, hace un ángulo de 90° con la gran viga que sostiene, horizontalmente, parte del techo. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir, forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente.
I. Cruzo el inmenso parque, rodeando la pileta, enorme espejo azulado, con una taza de café en la mano derecha y un paquete de bizcochitos en la izquierda. Debajo de la línea de árboles, me esperan un sillón y una mesa de vidrio esmerilado. Dejo las cosas encima de ella y me siento. No se escucha nada. Tan solo un silencio matutino. En la lejanía imaginaria, escucho a algún pájaro, de esos que cantan en la madrugada, sea de día, sea de noche. Al llevarme el café a la boca, siento, más notorio aun por el verano, su calor. Soplo antes de tomar. Dejo nuevamente la taza sobre la mesa. El café, que ahora se redujo a la mitad, se mueve en vaivén, hasta quedar, otra vez, quieto.
I. Al principio: imágenes sin contornos, sin forma. Luego, a medida que me doy cuenta que estoy despertando, se van delimitando en rojo el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM. Doy vuelta en mi cama. Quedo mirando el techo. El pequeño rombo ornamental, en el centro -aunque pareciera no tenerlo- del techo, contiene, en su centro, un cono y, de su centro, se desprende un cable que conecta con un domo que protege un foco. El sol de la mañana, o quizá de la tarde, acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana.
I. El living está en la penumbra. Los objetos, incluso a esta hora y, quizá, por el sol aun impreso en mi retina, son difícilmente visibles. La mesa ratona, el sillón de cuero, frente a ellos el televisor, y, a su lado, una pequeña biblioteca llena de vinilos, coronada con un estéreo y escoltada por dos amplificadores. Sobre la mesa de comedor a mi izquierda, con sus cuatro sillas rodeándolas, solos, sin mayor compañía que la del mantel debajo y el libro, está el rollo de cocina y la sal. Doblo a la derecha, luego a la izquierda y camino el corto pasillo hasta mi pieza. Aunque carece de sentido, cierro la puerta detrás mío.
I. Time present and time past, leo sobre las páginas blancas. Presente y pasado, traduzco. Are both perhaps present in time future, leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, traduzco, escuchando a la pileta llenarse. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido en el pasado, traduzco. If all time is eternally present, leo. Si el tiempo entero, todo el tiempo, me corrijo, está eternamente presente. All time is unredeemable, leo, mientras un tero sobrevuela la quinta. Todo el tiempo es irredimible, traduzco.
I. La carne recalentada, ya reseca, no pareciera tener ningún sabor. Ni cuando la mastico, ni cuando la trago. En la televisión, única luz significante del living, hay una repetición de una película que, creo, ya he visto. Algo, quizá el actor, quizá la escena, resuena en mi mente pero, a medida que lo intento, desisto de recordar. El hombre, blanco y rubio, ve fotografías y papeles, desperdigados sobre una mesa, en una habitación de un típico motel americano. En la pared, arriba de la cabecera de la cama, hay diferentes papeles, anotaciones, fotos; todos unidos con tanzas de diferentes colores. El hombre cree escuchar algo afuera, como si alguien lo estuviera siguiendo. Asoma un poco la cara por la ventana, que se ilumina instantáneamente por el sol, pero no ve nada, ni a nadie. Se retira y se queda contemplando el gran laberinto que ha hecho en la pared.
I. La noche se hace aún más notoria en mi habitación. Aun sin recostarme, apoyado sobre la pared, prendo, en la oscuridad, el cigarrillo que cuelga de mis labios. Al principio el fuego está más a la izquierda. Rápidamente logro ponerlo debajo de su punta y prenderlo. Entre mis piernas tengo el cenicero de cristal. Cada tanto, cuando ya se ha consumido bastante el cigarrillo, tiro la ceniza que cae, creo, dentro de él. Cuando lo termino, me recuesto sobre mi lado derecho. Leo, nuevamente, en el reloj, en rojo, el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM. Busco, con mi mano izquierda el cable. Una vez que lo encuentro lo sigo hasta el enchufe. La desconecto con fuerza.
I. El silencio, que ahora pareciera inundarlo todo, es mutilado por la risa de algún niño, o por los ladridos de los perros, o por la queja de alguna madre, o por las hojas de los arboles movidas por el viento, para luego recomponerse y volver a ser silencio. La pileta, enorme espejo azulado, comienza desparramar agua por sus bordes. Voy hacia la bomba, escondida entre las plantas, del otro lado de la pileta. Levanto sin dificultad su puerta de chapa y, sosteniéndola abierta con la mano izquierda, apago el pequeño motor. Cierro, con cuidado de apretarme los dedos. Frente mío, detrás de la ligustrina, detrás del alambrado, escucho a los hijos de los vecinos. Nunca me dejás jugar con vos, le dice la nena al nene. Nunca me dejás jugar con vos, le dice el nene a la nena. No me repitas, le dice la nena al nene. No me repitas, le dice el nene a la nena. Basta, no es gracioso, le dice la nena al nene. Basta, no es gracioso, le dice el nene a la nena. Ella rompe en llanto, quizá exagerado para lograr lo que quería: que la madre salga y rete a su hermano.
I. El agua me ciñe el cuerpo a medida que voy sumergiéndome. Cuando ya me llega hasta el cuello, hundo la cabeza, sin dudarlo. Debajo, en un azul que sé borroso, nado. Encuentro, al hacerlo, algunas hojas, algunas basuritas, que han ido cayendo, imperceptiblemente, a la pileta en lo que va del día. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Emerjo en el borde opuesto de la pileta. Respiro todo el aire que puedo. Impulsándome con mis pies en la pared, vuelvo a nadar, en dirección opuesta. Descanso sobre los escalones, con mi torso aun metido en el agua.
I. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir, forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente. Sobre la parte desnuda de mi pecho reposa, a medio abrir, la caja de cigarrillos y, sobre la camiseta, el encendedor azul. Ambos caen hacia la derecha cuando me incorporo. Saco un cigarrillo de la caja. Haciendo clic, abro el encendedor cuadrado y luego prendo. Dos intentos bastan para que salga la llama y prenda el cigarrillo. El humo, a la luz del sol, se vuelve una espiral grisácea y espesa que se eleva, girando sobre su eje, hasta desaparecer. Vuelvo a recostarme sobre mi espalda, dejando, nuevamente, las cosas sobre mi pecho. La araña sigue aún ahí, en el centro de su tela, comiendo, lentamente, a la mosca.
I. Doy vuelta en mi cama. Quedo mirando el techo. El pequeño rombo ornamental, en el centro -aunque pareciera no tenerlo- del techo, contiene, en su centro, un cono y, de su centro, se desprende un cable que conecta con un domo que protege un foco. El sol de la mañana, o quizá de la tarde, acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana. Sin siquiera prender una luz, me levanto y tomo, casi automáticamente, la camisa. Introduzco, sosteniéndola con la mano izquierda, el brazo derecho por la corta manga. Con la mano izquierda ya libre, busco, con dificultad, la otra manga detrás de mi espalda y me la pongo. Dejo los botones sin abrochar. Luego, la bermuda: introduzco, sosteniéndola con ambas manos, mi pierna derecha en el primer pantalón, luego mi pierna izquierda. La subo y abrocho el botón y el cierre.
I. De la heladera abierta se desprende un halo frío. Saco, con la mano izquierda, el plato con un pedazo de carne que sobró. Ella en el medio, rodeada por la grasa que ha escurrido, parece una isla, o una piedra oscura. Cierro la puerta de la heladera. El calor vuelve, húmedo y pesado. Meto el plato en el microondas ya abierto. Cierro su puerta. Aprieto el 4, el 0 y luego el botón que dice “Comenzar”. La carne empieza a girar lentamente sobre sí misma.
I. Cierro el libro y lo dejo sobre el vidrio esmerilado. La portada blanca, con lo que parece ser un ave fénix blanca en el medio, reluce aún más con el sol que reverbera en el agua de la pileta, espejo azulado. Con la lapicera ya en mano, acerco el cuaderno. Vuelvo a tomar el libro. Time present and time past, leo sobre las páginas blancas. Presente y pasado, escribo. Are both perhaps present in time future, leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, escribo. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido en el pasado, escribo. If all time is eternally present, leo. Si todo el tiempo, escribo, está eternamente presente. All time is unredeemable, leo. Todo el tiempo es irredimible, escribo.
I. El living está en la penumbra. Los objetos, incluso a esta hora y, quizá, por el sol aun impreso en mi retina, son difícilmente visibles. La mesa ratona, el sillón de cuero, frente a ellos el televisor, y, a su lado, una pequeña biblioteca llena de vinilos, coronada con un estéreo y escoltada por dos amplificadores. Sobre la mesa de comedor a mi izquierda, con sus cuatro sillas rodeándolas, solos, sin mayor compañía que la del mantel debajo y el libro, está el rollo de cocina y la sal. Doblo a la derecha, luego a la izquierda y camino el corto pasillo hasta mi pieza. Aunque carece de sentido, cierro la puerta detrás de mí. A oscuras, camino hasta el escritorio y prendo el velador. La luz, aunque fuerte, tarda en borrar de mis ojos el sol. Me siento en la silla. Saco del lapicero una birome. Al apretar el botón surge una punta, empapada en tinta azul. Acerco el cuaderno. La página está totalmente blanca. Hoy, escribo, debería ser hoy. Y, sin embargo, no siento que hoy sea hoy. Diría más bien que es ayer. Y, quizá, ayer sea algo así como mañana. Entonces, escribo, hoy debe ser mañana.
I. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido. Levanto la red a un lado de la pileta, no sin antes limpiarla. La agito una, dos veces, sobre el pasto hasta que las hojas adheridas caen. Comienzo a pasarla, lentamente, sosteniendo con ambas manos el palo, por el borde de la pileta. Mi imagen, que antes era nítida, pasa, a medida que las hojas caen atrapadas, a ondularse, en movimientos suaves, para recobrar cierta nitidez cuando finalmente la red se aleja.
I. Introduzco, sosteniéndola con la mano izquierda, el brazo derecho por la corta manga. Con la mano izquierda ya libre, busco, con dificultad, la otra manga detrás de mi espalda y me la pongo. Dejo los botones sin abrochar. Luego, la bermuda: introduzco, sosteniéndola con ambas manos, mi pierna derecha en el primer pantalón, luego mi pierna izquierda. La subo y abrocho el botón y el cierre. Busco, sobre la mesita de luz, mi reloj de muñeca. Aun sin prender una lámpara, con la luz débil de la mañana, o quizá de la tarde, que acribilla la habitación desde los agujeros de la persiana, compruebo la hora: la manecilla larga apuntando entre el 3 y el 4; la manecilla corta apuntando al 9. Observo el reloj digital de la mesita de luz en rojo el 1 y a su lado otro 1, seguido por dos puntos, uno encima de otro, y, luego, un 2 seguido de un 1, firmado con un PM.
I. La noche pareciera traer más silencio y calma que el día. Words move, music moves, leo sobre las páginas blancas. Se mueven las palabras, se mueve la música, traduzco. Only in time; but that which is only living, leo. Solo en el tiempo; mas aquello que solo vive, traduzco, espantando, con mi mano derecha a la moscas, que se arremolinan bajo el foco de luz que cuelga encima mío. Can only die. Words, after speech, reach, leo. No puede sino morir. Las palabras, tras el discurso, alcanzan, traduzco. Into the silence, leo. Words, after speech, reach into silence, releo. Las palabras, tras ser dichas, aspiran al silencio, traduzco.
I. El hombre, blanco y rubio, va en auto hacia un dirección
desconocida. Aun con la mano izquierda en el volante, saca, con la otra, unas
fotos del bolsillo interior de su saco. Alternando entre ellas y el camino, las
observa. Las fotos, pequeños momentos suspendidos, son de diferentes cosas:
personas, autos, lugares. Todas llevan anotado algo, una referencia. Una de
ellas es un motel americano. La escena corta. Ahora, veo el auto
estacionándose. El hombre, blanco y rubio, sale de su lado izquierdo. La escena
corta. Ahora, el hombre, blanco y rubio, pide la llave de su habitación. La
escena corta. Ahora, el hombre, blanco y rubio, ve fotografías y papeles,
desperdigados sobre una mesa, en una habitación de un típico motel americano.
En la pared, arriba de la cabecera de la cama, hay diferentes papeles,
anotaciones, fotos; todos unidos con tanzas de diferentes colores. El hombre
cree escuchar algo afuera, como si alguien lo estuviera siguiendo. Asoma un
poco la cara por la ventana, que se ilumina instantáneamente por el sol, pero
no ve nada, ni a nadie. Se retira y se queda contemplando el gran laberinto que
ha hecho en la pared. Noto, después de esta escena, que la trama parecería, por
decirlo de alguna manera, avanzar; pero las escenas se retrotraen, avanzan para
llegar a la anterior. La única manera, al parecer, que tiene la trama de
avanzar es yendo hacia atrás en el tiempo.
I. Una araña, nada grande, espera pacientemente que algún
bicho quede atrapado en su tela. La primera en caer es una mosca. Lucha por salir,
forcejeando con la tela pero es inútil: no hay escapatoria. La araña, con
lentitud sádica, se acerca a ella y comienza a comerla pacientemente. Sobre la
parte desnuda de mi pecho reposa, a medio abrir, la caja de cigarrillos y,
sobre la camiseta, el encendedor azul. Ambos caen hacia la derecha cuando me
incorporo. Saco un cigarrillo de la caja. Haciendo clic, abro el encendedor
cuadrado y luego prendo. Dos intentos bastan para que salga la llama y prenda
el cigarrillo. El humo, a la luz del sol, se vuelve una espiral grisácea y
espesa que se eleva, girando sobre su eje, hasta desaparecer. Vuelvo a
recostarme sobre mi espalda, dejando, nuevamente, las cosas sobre mi pecho. La
araña sigue aún ahí, en el centro de su tela, comiendo, lentamente, a la mosca.
I. A pesar del calor espeso, siento, al salir de la pileta, un frío momentáneo. El agua comienza a escurrirse de mi cuerpo a medida que camino hacia el sillón. Sobre la mesa de vidrio esmerilado, la portada blanca del libro, con lo que parece ser un ave fénix blanca en el medio, reluce aún más con el sol que reverbera en el agua de la pileta, espejo azulado. A su lado está el cuaderno, forrado con un relieve similar a telas de araña, y un lápiz, ya desgastado, donde he descargado mis nervios más de una vez. La pileta, enorme espejo azulado, replica un cielo limpio, sin una nube. Más allá, cerca del extremo opuesto, veo las copas ennegrecidas de los árboles. Al levantar la vista, compruebo que sus hojas son verdes. Diseminadas, suspendidas en el agua, flotan hojas, tanto recién caídas, como aquellas que han ido cayendo, imperceptiblemente, en lo que va del día, y que, ahora, de a poco, se van desintegrando. Me levanto, aun mojado, de mi silla. Junto al borde, veo mi rostro, también ennegrecido por el reflejo oscuro del espejo de agua. No se escucha ni un sonido.
I. Cruzo el inmenso parque, rodeando la pileta, enorme espejo azulado, con una taza de café en la mano derecha y un paquete de bizcochitos en la izquierda. Debajo de la línea de árboles, me esperan un sillón y una mesa de vidrio esmerilado. Dejo las cosas sobre ella y me siento. No se escucha nada. Tan solo un silencio matutino. En la lejanía imaginaria, escuchó a algún pájaro, de esos que cantan en la madrugada, sea de día, sea de noche. Al llevarme el café a la boca, siento, más notorio aun por el verano, su calor. Soplo antes de tomar. Dejo nuevamente la taza sobre la mesa. El café, que ahora se redujo a la mitad, se mueve en vaivén, hasta quedar, otra vez, quieto.
I. Time present and time past, leo sobre las páginas
blancas. Presente y pasado, traduzco. Are both perhaps present in time future,
leo. Tal vez están ambos presentes en el futuro, traduzco, escuchando a la
pileta llenarse. And time future, leo, contained in time past. Y el futuro contenido
en el pasado, traduzco. If all time is eternally present, leo. Si el tiempo
entero, todo el tiempo, me corrijo, está eternamente presente. All time is
unredeemable, leo, mientras un tero sobrevuela la quinta. Todo el tiempo es
irredimible, traduzco.
Por esta vez, Porco
Rex
Se va a dejar llevar
por su alma
Impresionante se ve
Como el fantasma feo
de un bagre
Porco Rex,
Carlos Alberto Solari
La primera vez que Horacio vio el
anuncio vaciló. Había acercado el cursor sobre él pero no sabía si apretar o
no. Pensó, a pesar de su poco conocimiento en la tecnología, que no era algo
confiable, que quizá hacer clic en ese pequeño recuadro podría acarrear un
virus informático. (Él desconocía el término pero se imaginó el colapso de su
notebook.) Además, hacía tiempo que las relaciones sexuales (y todo su ritual)
no le generaban más que una mezcla rara de repulsión y animosidad. Ver, sin
embargo, era algo concreto. Era algo que no estaba sujeto a las incomodidades
de la interacción. Había visto todo tipo de cosas: BDSM, pegging, gonzo,
interracial, Young/old, POV, deepthroat, cosplay, etc. En un breve lapso de
tiempo (no llegaba a ser un año y medio) era capaz de definir concisamente
varios de los infinitos subgéneros pornográficos. Lograba comprender a la
perfección sus lógicas y el rol de los actores en cada uno de ellos.
Horacio vivía solo. Después de un
matrimonio fallido, prefirió la soledad antes que cualquier cosa.
Ocasionalmente llamaba o recibía llamados de amigos. O se los encontraba en la
calle y hablaban un rato. A veces, las menos, salía a comer o tomar algo. Nunca
más que eso.
Al mismo tiempo que mirar
pornografía se volvió algo habitual en su rutina, Horacio comenzó a soñar cada
vez más con experiencias sexuales extrañas. Parecía que todo eso que su mente
procesaba durante el día rompía la tenue barrera que separaba la realidad de
los sueños, contaminándolos. En un principio, todo parecía ser parte de un
sueño normal: diálogos ilógicos, asimetrías espacio-temporales, etc.; pero de
repente todo se tornaba siniestro, por ejemplo: una mujer lo sodomizaba
(fantasía común de Horacio por un largo tiempo) cuando de pronto el pene de
Horacio se empezaba a prender fuego. Horacio despertaba sudado y erecto.
Horacio disfrutó durante algunas
semanas del género Interracial.
Algunos sueños le hacían recordar
a uno recurrente que había tenido cuando contaba con la edad de cinco o seis
años. Se encontraba en la casa de su abuela materna mirando la televisión. Del
televisor comenzaban a salir diferentes esqueletos vivos. Intentaban agarrarlo.
Horacio sabía que era para arrancarle su pene. Despertaba con la sensación de
que había perdido algo irremplazable y primordial. Estiraba el elástico del
pantalón de pijama para asegurarse de que debajo siguiera teniendo su pene.
BDSM. Sigla que combina las letras iniciales de las palabras
Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo. Abarca un conjunto
de seis modalidades eróticas relacionadas entre sí y vinculadas a lo que se
denomina sexualidades alternativas. A veces, en el habla cotidiana, se utilizan
las expresiones “sado” o “sadomasoquismo” para referirse al BDSM.
Había otras razones por las cuales Horacio nunca había apretado el recuadro que lo incitaba a acostarse con mujeres calientes. Algunas similares a la principal (el virus informático) como la idea de que se trataba de algún tipo de estafa o que, a partir de ese clic, alguna entidad desconocida podría sacar datos importantes de la notebook (su dirección, su nombre, etc.). Había otras, relacionadas con su personalidad: no le interesaba tener relaciones sexuales con nadie. Hacía años que el acto sexual le generaba cierto aburrimiento. Repetidas veces, había tenido ciertos problemas con el funcionamiento de su pene. A veces estaba horas sin poder eyacular. Eventualmente Horacio se aburría o la mujer se aburría, y su pene volvía al estado flácido.
MUJERES CALIENTES QUIEREN ACOSTARSE CONTIGO
Horacio disfrutó durante algunas
semanas del genero Bukkake.
La esposa de Horacio comenzó a
engañarlo unos años antes que él se jubilara. Horacio se había vuelto alguien
huraño y, a medida que su cargo docente le empezó a parecer superfluo, se había
dedicado a la fotografía. Solo estaba en la casa para leer, el resto del tiempo
se dividía entre la docencia y sacar fotos en la calle. Ese ensimismamiento le
permitía a la esposa pensar que Horacio desconocía sus engaños. Pero él sabía
de ellos y optaba por ignorarlos. Al enterarse de que su esposa se acostaba con
otros hombres sintió una sensación de alivio.
Gonzo. El término alude al periodismo gonzo, en el que el reportero
es parte de la noticia. Por analogía, la pornografía gonzo coloca al operador
de la cámara directamente en la acción, hablando con los actores o siendo él
uno de los actores, sin separarse de la pornografía habitual.
El número de masturbaciones
diarias que Horacio realizaba por día había crecido significativamente desde
que mirar pornografía se había tornado algo habitual. Antes apenas llegaba a
masturbarse tres veces en una semana. Luego pasó a tres por día hasta llegar
hasta entre ocho o diez masturbaciones diarias.
MUJERES CALIENTES QUIEREN ACOSTARSE CONTIGO
Cuando el sueño recurrente donde
era perseguido por esqueletos que querían arrancarle su pene se fue disipando,
Horacio comenzó a irse a dormir más tranquilo. Sin embargo, siempre despertaba
con la mano en su pene. La madre, que muchas veces había observado la obsesión
de su hijo por tocárselo, le preguntó por qué lo hacía. A lo que Horacio
respondía: “Necesito saber que sigue ahí”.
Horacio disfrutó durante unos
meses el género JOI.
La pasión que alguna vez tuvo
Horacio por la literatura se vio desplazada hacia la fotografía. Sus fotos se
caracterizaban por un uso extraño de la luz y por tener en el centro de la
imagen el objeto más insignificante de la escena. No sacaba fotos con fines
profesionales, era algo así como un hobby que cubría una parte de su
desinterés.
Horacio notó en un breve lapso de
tiempo que los rollos de papel higiénico se acababan cada vez más rápido. En
dos meses había llegado a comprar cinco packs de cuatro rollos cada uno.
Llegado determinado momento comenzó a comprar rollos en supermercados
diferentes.
Hentai. Es una palabra japonesa que puede traducirse como “pervertido” o “perversión”. Hentai es el nombre que recibe el género de manga (historieta japonesa) y anime (animación de dicha historieta) de contenido pornográfico.
Los domingos eran los días en que
la masturbación ocupaba un espacio central. En esas horas muertas y vacías,
Horacio solo quería masturbarse. No solo porque no había otra cosa para hacer,
sino porque ese día se había transformado con el paso del tiempo en una
tradición.
Horacio se enteró de los engaños
de su esposa, en primer lugar, porque llegaba con olor a cigarrillo y a perfume
de hombre. La otra pista fue que su esposa empezó a estar más callada y
distante, rasgo que para Horacio delataba su culpabilidad.
Horacio disfrutó durante unos
días del género Homosexual.
En algún momento posterior a su
divorcio, Horacio intentó utilizar aplicaciones de citas. Fue durante esos
encuentros, azarosos y aburridos, que notó la disfuncionalidad de su pene.
Horacio llegaba a masturbarse
hasta veinte veces los domingos.
Desconocía las razones de la
disfuncionalidad de su pene. Creía que el hecho de haber pasado gran parte de
su matrimonio con poca o nula actividad sexual debía haber dejado algún tipo de
secuela. El exceso de pornografía, quizá, también.
En la adolescencia, Horacio, al
igual que el resto de sus compañeros varones, dibujaba obsesivamente penes en
las hojas o en los bancos del colegio.
La única manera que Horacio tenía de eyacular en el periodo posterior a su divorcio era pura y exclusivamente masturbándose por su cuenta.
El acto de mirar pornografía se
convirtió, con el paso del tiempo, en un ritual. Primero se desnudaba de cuerpo
entero; luego, se sentaba en la silla de su escritorio, frente a la notebook;
colocaba el rollo de papel higiénico a su izquierda; elegía un sitio
pornográfico gratuito; miraba algunos videos completes hasta que finalmente
seleccionaba uno que era digno de su eyaculación.
Fisting. Es un término inglés con el que se designa la práctica de
la inserción braquioproctal o vaginal. Un acto sexual consistente en la
introducción parcial o total de la mano en el recto o la vagina de la pareja.
Es una práctica considerada como extrema, y se suele recomendar que no se lleve
a cabo sin los necesarios cuidados previos (desinfección, limpieza, guantes de
látex, lubricante, etc.) y posteriores (dilatación paulatina).
Un día la madre de Horacio
recibió una llamada del colegio. La directora, con una voz férrea y clara, le
pidió que asistiera al colegio para una reunión. La madre, entre enojada y
asustada, atendió a la cita.
Horacio disfrutó durante unas
horas del género deepthroat.
Cuando la madre de Horacio se
sentó frente a la directora del colegio, supo que nada bueno iba a ocurrir. La
directora comenzó a explicarle que Horacio había estado mostrando su “miembro”
(la incomodidad de la directora se mostraba en la articulación de cada letras)
a compañeros y compañeras. Y, peor aún, había estado tocándoles el “trasero” a
sus compañeras.
A veces, el ritual de
masturbación de Horacio sufría algún tipo de variación. Por ejemplo: en vez de
solamente observar los primeros videos, antes de elegir el que era digno de
eyaculación, empezó a mirar mientras comía algo (por lo general, snacks).
Horacio comenzó a notar, luego de
que mirar pornografía se tornara algo habitual, que sus deseos de masturbación
aparecían en los lugares más extraños: cuando daba una clase sobre vanguardias
históricas, cuando esperaba que lo atendieran en la panadería, etc. Tan solo
cedió ante el deseo una vez: estaba en un restaurant, comiendo con un amigo,
cuando el deseo de masturbarse lo atacó. Fue hasta el baño y se masturbó ahí.
Cuando la madre de Horacio volvió de la reunión con la directora del colegio, le enseñó a su hijo (que no tenía más de once años), a fuerza de golpes e insultos, que no debía ni mostrar su “miembro” ni tocarle el “culo” a sus compañeras.
El anuncio aparecía esta vez como
un pequeño recuadro en el medio de la pantalla, impidiendo hacer clic en otro
lado. Alejado del recuadro, en la esquina superior derecha, había una pequeña
cruz para cerrar el anuncio. Horacio dudaba. Si apretaba, quizá se encontraría
con alguien. Imaginaba que ese alguien femenino estaría también atravesado por
la experiencia pornográfica y que sería similar a él. También pensó que podría
materializar algunas de sus fantasías con dicha persona imaginaria y que ella
podría materializarlas en él. La sublimación de sus más retorcidos deseos
estaba al alcance de su mano. Tan solo bastaba un clic.